Hace unos años leí un extraordinario texto de Antonio Muñoz Molina en El País. Aquel texto me dejó fascinado y todavía lo recuerdo ,llevaba por título el sugerente «De una biblioteca a otra«. Creo que en todos los lugares donde he vivido he tenido el carnet de la Biblioteca Pública, fue en esos espacios donde encontré muchas veces el refugio a las tormentas que se libraban fuera. En libros muchas veces ocultos al final de la estantería fue donde ha ido surgiendo una llama inagotable de inspiración para desear seguir aprendiendo y viajando. Estos días pasados aprovechando que he estado por Madrid y que todavía tenía el carnet en mi cartera, me ha venido el recuerdo de aquellas emotivas palabras escritas por Muñoz Molina.
Aquel texto nos sirve como un perfecto bálsamo del que podemos extraer enormes lecciones para entender muchas cosas sobre la justicia social y la educación.
Emotivas palabras como aquellas:«Una biblioteca pública no es sólo un lugar para el conocimiento y el disfrute de los libros: también es uno de los espacios cardinales de la ciudadanía».
Siempre me ha gustado esa equidad de ciertos espacios públicos, en el caso de la biblioteca he visto como en la de mi barrio de Oviedo convivíamos con naturalidad los jóvenes estudiantes con los jubilados o los niños. La ternura, el cariño y el conocimiento de mis bibliotecarias Sofia y Mar es algo que siempre he llevado conmigo. No fueron pocas las veces que viajando por el mundo he decidido enviarles una postal de recuerdo y agradecimiento.
Siempre he creído en la educación como motor de cambio y de fuente de oportunidades. El texto de Muñoz Molina lo reflejaba con esa frase de «Gentes que leían libros albergaron ideas inusitadas: que el mérito y el talento personal y no el origen distinguían a los seres humanos; que todos por igual tenían derecho a la instrucción, a la libertad y a la justicia».
Hoy en día y quizá debido a los avances tecnológicos, hemos visto como mucha gente ha dejado de lado ese espacio público que nos pertenece a todos, las bibliotecas. A veces es bueno pararse a pensar y acudir a la biblioteca del barrio, del centro de la ciudad o del pueblo. Es un buen oasis de calma para afrontar con serenidad los tiempos convulsos en los que vivimos actualmente. Sigo siendo un ingenuo y un romántico que está convencido de que muchas vidas riquísimas y hermosos sueños empezaron de la forma más tonta, acudiendo a la biblioteca pública y dejándose embelesar por la magia de un libro que se nos aparece en el camino cuando menos lo esperamos.
Y como nos dice el maestro Antonio Muñoz Molina: «En el reino de la literatura no hay privilegios de nacimiento ni acreditaciones oficiales, ni jerarquías de ninguna clase ante las que haya que bajar la cabeza».