La presente pandemia global del coronavirus va a redefinir muchas cosas del mundo que conocimos hasta hace unos meses. Durante los últimos veinticinco años, Occidente ha tenido a mi juicio dos hechos claves: el 11-S en Estados Unidos y la crisis financiera derivada de la quiebra de Lehman Brothers.
Visto en perspectiva, parece que aquellos terremotos (sociales, económicos y políticos) se van a quedar pequeños si los comparamos con lo que estamos viviendo y con lo que va a venir cuando esto acabe, que acabará.
Una de las realidades durante estos meses es ver como ha sido manejada la actual crisis sanitaria en algunos países del primer mundo asiático: Corea del Sur, Taiwán, Singapur y Japón. Cada uno de dichos países difiere enormemente entre si, tanto en población como en estructura social, económica e incluso política, aunque es evidente que si uno mira en perspectiva puede encontrar similitudes, desde el pasado que los relaciona a una herencia confuciana que rige muchas formas de ser y de hacer en ciertos países asiáticos.
La experiencia previa del SARS fue sin duda un punto de inflexión que desde luego les ayudó a tener un sistema de protocolos, con una prevención y actuación bastante rápidos y que fue definido para casos de una posible epidemia o pandemia futura, algo de lo que parece que tanto Europa como Estados Unidos carecían.
Más allá del tema del coronavirus, durante las pasadas semanas he estado reflexionando sobre el papel que Asia tiene en general en la mente de la sociedad occidental y rápidamente me vinieron a la mente las muy limitadas miradas de muchos políticos, empresarios, estudiantes universitarios o profesionales.
A mi juicio, y aunque no es fácil englobar Occidente como un ente general, es evidente que salvo excepciones muy contadas, la sociedad de Europa y Estados Unidos ha mirado de lejos a muchos de los países asiáticos, a sus sociedades, culturas y formas de hacer. Cuando se les ha mirado, muchas veces se ha hecho con muy poca humildad y una falta considerable de conocimiento y de empatía.
Es evidente que hubo y hay un interés comercial de Occidente en/con Asia, pero muchas veces ha ido parejo a una falta total de interés por su cultura, historia o estructura social. Hay una parte principal que está basada simplemente en el lucro económico, algo que viene marcado por el querer fabricar allí por sus precios bajos en mano de obra, mentalidad que luego ha ido cambiando a querer vender a una clase media asiática cada vez más pujante con sus decenas de millones de nuevos consumidores.
Pero cuando uno mira en profundidad, ve en cierta forma como Occidente sigue mirándose el ombligo, sin entender que el mundo ha ido cambiando durante las pasadas décadas, sin aceptar ni entender que el mundo atlántico que rigió el siglo XX ha ido perdiendo importancia, poder y liderazgo.
Y es que más allá del mirar a Oriente para fabricar, comprar y vender, Occidente necesitaría mirar con mucha más humildad y empatía a Asia y con ello aceptar que también tenemos mucho que aprender de Oriente.
No hay duda de que estamos ante un momento de esos que marca diferencias. El futuro dirá quién y cómo sale de esta nueva crisis. Me resulta curioso que cuando citas ejemplos, Iván, digas: Corea del Sur, Taiwán, Singapur y Japón. ¿Y China? Desde mi desconocimiento y en la lejanía, ¿ves muchas diferencias en cómo han tratado el asunto esos cuatro países que citas frente al modelo chino? Siempre es interesante escuchar a alguien con conocimiento de causa, como tú. Anímate a escribir algo al respecto, ¿no?
Gracias bor bajarnos los humos 🙂
Un abrazo.