El pasado viernes 7 de junio se cumplieron dos décadas desde el fallecimiento del gran Drazen Petrovic. La trágica perdida del genio de Sibenik supuso un varapalo para los millones de admiradores que nos emocionamos con su juego. Como bien dice Jot Down en su extraordinario reportaje, al hablar de Petrovic entra de lleno algo emocional, no racional. En los años ochenta la explosión de talento en el basket era fascinante y aquello llenaba de magia las canchas de baloncesto de los colegios. La pasión por el basket era «un algo» especial que siempre difirió del fútbol, por ello muchos crecimos con una pasión abrumadora por el deporte de la canasta, tanto a nivel europeo como norteamericano. Quizá la técnica individual nunca viviera unas explosiones tan geniales como en aquellos tiempos de las décadas de los 80 e inicios de los 90. La NBA sonaba todavía lejana en Europa, era un lugar distante , hasta que el gran Ramón Trecet nos puso a todos cerca de las estrellas.
Petrovic era en Europa un niño prodigio, al igual que un lituano llamado Arvydas Sabonis, y ambos son parte de la infancia/adolescencia del que esto escribe. Un espejo lleno de talento con el que uno decoraba paredes de habitaciones y carpetas para ir a clase. Y era precisamente en las canchas de basket de mi colegio , el Calasanz Loyola de Oviedo donde el balón se convertía en una proyección de mi cuerpo. Era allí donde las canastas de patio de colegio hermanaban a muchos compañeros y amigos que idolatraban a unos jugadores que hicieron que aquello trascendiera de lo meramente deportivo.
Hace unas semanas una viajera croata de couchsurfing se alojó en mi casa de Granada, se sorprendió por lo muy querido y conocido que Petrovic era en España. El genio croata siempre ha sido visto con un halo que mezcla la genialidad, la rebeldía y el talento abrumador. Su personalidad, complicada y arrogante en los inicios fue moldeándose en Estados Unidos con la necesaria humildad que aporta el verse rodeado de los mejores.
La generación balcánica de aquella época es probablemente el mayor elenco combinado que el viejo continente ha tenido en su Historia. La actual selección española está colmada de éxitos, pero uno duda realmente si puede ser superior a aquella inolvidable selección yugoslava. El conflicto bélico que asoló a la antigua Yugoslavia también afectó de lleno a Petrovic, y aquella amistad con el viejo amigo Divac proyectó un documental emotivo que hizo que muchos lloráramos al acumular muchas emociones. Uno siempre se pregunta qué hubiera pasado en los Juegos de Barcelona de 1992 en caso de no haber estallado la guerra .El soñado partido entre el único Dream Team norteamericano y Yugoslavia hubiera sido sin duda el partido del siglo, no solamente del baloncesto, probablemente el partido más esperado de cualquier deporte.
Han pasado veinte años ya desde aquel fatídico accidente que se llevaba la vida del mayor genio que el baloncesto europeo haya dado. Hoy, todavía recuerdo mi cara de tristeza y las lágrimas derramadas en aquella mañana en la que iba a clase con mi balón de baloncesto amarillo sabiendo que Petrovic acababa de morir . Pienso a menudo en aquellos tiempos y no puedo dejar de pensar en Drazen y en el gran Fernando que se nos fueron en la carretera. Así me vienen los recuerdos del llanto por la pérdida de aquellos héroes y grandes talentos del basket europeo que se atrevieron a ir a la NBA como un paso natural y necesario para crecer.
A pesar del tiempo transcurrido, hoy en día la figura de Petrovic parece más recordada que nunca. Uno se pregunta si es solamente debido al extraordinario talento o si hay algo más trascendental. Muchos son los comentarios de apoyo y recuerdo que uno se puede encontrar en los foros, uno observa de lleno la pasión incondicional alrededor de su figura. Aquellos que tuvimos la suerte de verlo jugar todavía recordamos aquel genial desparpajo y talento indomable que no hemos vuelto a ver.
Quizá nadie representó tanto el talento individual como escuela de técnica y de tiro. Drazen era el modelo en el que miles de niños europeos se miraban para proyectar sus tiros a las canastas en patios de colegio del viejo continente. Aquella prodigiosa mecánica de tiro y su técnica individual perfecta significaba el modelo de pureza y perfección al que miraba cualquier niño que amaba el baloncesto.
El talento prodigioso de Drazen se acoplaba a una ética de trabajo que sigue siendo un estímulo que trasciende de lo deportivo, para ser un modelo para reflejarse en lo personal y profesional.
Y hoy he vuelto a pensar en aquellas interminables tardes de baloncesto, en el que tiraba cientos y cientos de tiros a canasta en el patio de mi colegio. A lo lejos uno siempre miraba a Drazen, nuestro admirado y querido Mozart del baloncesto….
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